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sábado, abril 27, 2024

Pedagogía del Educador

El perfil del educador

El educador autoeducado
En la pedagogía moderna se ha reflexionado mucho sobre métodos y técnicas pedagógicas. Estas son necesarias, pero el factor clave es y será siempre la persona del educador.
El P. Kentenich concede particular importancia al permanente proceso de autoeducación  en el educador mismo: “Si como educador no afirmo con todo mi ser el objetivo al que quiero conducir a los demás, si no me esfuerzo por encarnar el ideal a mis educandos, la educación será un fracaso.”
Tal énfasis es coherente con su concepción de educación, porque si ésta es servicio a la vida requiere, para ser fecunda, plenitud de vida en quien sirve. Este servicio no supone ante todo una gran cantidad de acciones externas, dominio de muchas técnicas ni menos aún imposición de muchas normas, sanciones y castigos.
Lo decisivo es que el educador, en virtud de su presencia y su acción, ejerza la atracción propia de los ideales encarnados, que por su entrega a través de un amor respetuoso y desinteresado despierte las fuerzas latentes en el educando y las ponga en marcha hacia la conquista del ideal.
Cuando el educador aspira seriamente a la realización de su propio idea – en medio de sus debilidades- y se entrega al servicio de los que les han  sido confiados, entonces conquista un elemento insustituible: la autoridad moral.
Esta autoridad no depende de decretos ni de investiduras externas ni puede ser fabricada, comprada o exigida. Se la posee como resultado de un proceso interior en el educador, por el cual él mismo lucha por la encarnación de los valores que desea transmitir, y de un proceso interior del educando, por el cual éste experimenta la irradiación de esa encarnación y el estímulo a plegar su voluntad a esos valores.
“La autoridad interior descansa sobre el servicio creador y desinteresado que se otorga a la vida ajena. Tener autoridad significa ser autor y protector de la vida ajena autónoma. La autoridad exterior sin la correspondiente autoridad interior jamás educará.”
De allí que las mayores exigencias en un proceso educativo no recaigan sobre el educando sino sobre el educador. A él se le pide que recorra primero el camino que ha de indicar después al educando.

El educador y su misión
La vocación a la que está llamado todo educador es la paternidad o la maternidad espiritual.La pedagogía la definimos como servicio desinteresado a la vida ajena. Es decir, es un proceso de transmisión y promoción de vida. Y la vida sólo se enciende en la vida y crece por el influjo de otra vida.

La plenitud de vida
La plenitud de vida del educador es condición primera para la fecundidad del proceso pedagógico.
PK: “Educar quiere decir despertar vida y regalar vida. Como educador tengo que encarnar yo mismo lo que espero de los otros. Si no lo hago mi palabra no tendrá fuerza creadora, apenas seré un orador, un locutor que transmite información pero no comunica vida”.
El proceso educativo es un acto de generación. Cada acto generador supone vida. Si no soy la personificación de lo que enseño, no poseeré entonces fuerza generativa.
¿Qué exige esto del educador? Que el mismo luche enérgicamente contra toda mediocridad de su naturaleza. Sólo así la palabra que pronuncie estará impregnada de vida.
De la calidad de vida del educador, de la irradiación de valores, emana una fuerza misteriosa que despierta en los educandos la voluntad de aspirar autónoma y originalmente a los mismos ideales. El educador se constituye en modelo de vida y en mediador de valores.
El educador regala al educando parte de su ser: su pensar, sentir y querer, su capacidad de juicio, toda la riqueza de su vida interior parece fluir en mayor o menor grado hacia el educando. Nace una armonía de corazones  y de inclinaciones. El educando, en cierto sentido, asume el ritmo de vida del educador; más aún, la actitud anímica, la escala de valores, incluso la cosmovisión del educador, llegan a ser propiedad del otro.

El servicio desinteresado
La segunda condición para que se de un buen proceso educativo es complementaria a la primera: la entrega personal, el amor hecho servicio permanente y desinteresado.
La actitud paternal-maternal consiste en una vigorosa disposición a servir a la originalidad ajena, aún cuando exija renuncia y sacrificio. Es servicio que incluye preocupación personal, dedicación responsable, sabiduría y flexibilidad.
La paternidad-maternidad espiritual se caracteriza por un amor que une bondad y exigencia, cercanía y lejanía, firmeza y ternura.
PK: “Se trata de un amor que cobija y eleva, un amor que conduce y sostiene, un amor bondadoso que sabe comprender y un amor vigoroso que no teme a exigir. Un amor que cree en lo bueno del otro y en su misión personal, un amor que aspira a la realización de esa misión y no teme ante las más altas exigencias”.

La fuerza de la humildad
La 1ª manifestación de humildad en el educador es la apertura a recibir  del educando. Saberse y sentirse enriquecido por quienes le han sido confiados es una de las experiencias más gratificantes.
Esta apertura combate toda autosuficiencia del educador. No le permite sentarse en la cátedra de quien sabe y es más que el educando.
La 2ª expresión de humildad es saber compartir con los educandos. El “amigo paternal”.
“Este es el amigo paternal (maternal), que en todas partes atrae hacia sí los corazones, que se coloca en un mismo peldaño con los demás, que asume una adecuada cercanía a la vida y sin embargo, cultiva también cierta lejanía.”
La 3ª expresión de humildad consiste en hacerse “prescindible”. Si el educador busca ansiosamente estar en el centro, si acapara todo y no delega ninguna responsabilidad, entonces este educador está revelando su inseguridad personal y la mala calidad de su pedagogía.
Porque toda educación es AUTOEDUCACIÓN. El éxito en ella se manifiesta cuando el educando es capaz de asumir responsabilidades por sí mismo, cuando realiza tareas con autonomía, cuando tiene posturas propias, cuando se puede confiar en él. Pero a eso se llega si el educador ha creado espacios auténticos para el desarrollo autónomo.

Proceso pedagógico
El contacto vital
La educación se decide en el contacto vital.
El contacto vital supone y exige dedicación de tiempo y energías, permanente disponibilidad, concentración en las múltiples necesidades del educando. Pedagogía del amor.

Pedagogía de la confianza y el respeto
Conservar la fe en lo bueno del educando
Comprensión enaltecedora a la hora de experimentar los límites
Ayudar a una aceptación serena de luces y sombras
Alentarlo en la superación de los obstáculos
Evitar la condena y la crítica
Resaltar lo positivo que hay en cada persona
Crear espacios de autonomía.
Respetar significa preocuparse de que la otra persona crezca y se desarrolle tal cual es.